¿Cánovas
o Sagasta?
¿Se imaginan que fuera posible viajar por el túnel del
tiempo de la Historia? Figurense la transposición: Rajoy, en vez de Cánovas; Sagasta, versus Zapatero.
¿Me siguen? El escenario: la España de la Restauración, fruto de la brillante
fontanería del político malagueño, que había conseguido, bajo el reinado de
Alfonso XII, ciertos visos de normalidad democrática. Tras aquel incipiente
edificio del bipartidismo y la alternancia en el Gobierno, una España retrasada, convaleciente de tres
guerras civiles, sumida en el caciquismo, la corrupción y con un combativo
movimiento obrero, cuyas aspiraciones de justicia social, eran sencillamente
ignoradas, por el establishment de la época.
Ellos, los desencantados y desheredados del sistema,
podrían ser, con un pequeño esfuerzo de imaginación del lector, los que hoy,
llevados de un indefinido y múltiple malestar, acampan pacíficamente, en la
Puerta del Sol, pidiendo cambios estructurales a la nueva Restauración.
Soy de los que creen que el sistema electoral español,
construido a partir de la vigente Constitución de 1978, ha rendido buenos e
impagables servicios a la estabilidad democrática de España.Aunque también, me
di cuenta, cómo muchos otros, desde sus orígenes, de sus posibles y
previsibles, limitaciones e imperfecciones.
Han pasado más de treinta años desde que la vida española
ha vuelto a regirse por los senderos de la Ley y del Derecho Constitucional, y
– hay que decirlo-; casi nadie duda hoy, del éxito con que lo ha hecho. Nadie
repito,- que no lo haga de forma interesada-, duda hoy, del vigor y de la buena
salud, del sistema democrático, a pesar de que este no se desenvuelva tampoco
en nuestros días, en un escenario ideal.
Y sin embargo, observo con preocupación reiterada, cómo
ciertos vicios o rancias costumbres, que vienen de muy lejos, - ya se daban en
la Restauración, con el sistema de alternancia en el gobierno de liberales y
conservadores-; planean de nuevo sobre
la realidad sociopolítica de la España del siglo XXI y los cinco millones de
desempleados.
Pero, ¿de qué está hablando?, se preguntará a estas
alturas, usted paciente lector: ¿A dónde quiere ir a parar? (Quizás ya con un
punto de impaciencia).
Tiene usted razón, yo venía a hablar aquí de la necesidad
de abrir nuestro actual sistema de elección de candidatos políticos, -
actualmente blindado por los partidos-, en beneficio de un sistema de “listas
abiertas” y me he perdido, por una serie de disquisiciones y vericuetos, de
carácter histórico que quizás ahora, al revelar mi verdadero propósito, sí
cobren sentido, para el agudo juicio del benevolente lector, que hasta aquí me
haya seguido. Sólo le pido, un pequeño esfuerzo más, para poder reforzar mi narratio
con nuevos argumentos y entimemas que habrán de desembocar, me temo, en una
previsible conclusión.
Aunque he dicho al principio que nuestro sistema
democrático goza, afortunadamente, de una aceptable salud, a sus treinta y
pocos años de vida; es verdad también, que la práctica de la vida política y la
madurez alcanzada en el desarrollo de esta, aconsejan y hacen factible, la
introducción de nuevos factores de participación de la sociedad civil, de los
movimientos sociales, de la ciudadanía en suma, en el curso y el desarrollo,
hasta ahora monopolizado por la acción de los partidos políticos, los grandes sobre los pequeños; que si en un
primer momento, y en un segundo y en un tercero, si se quiere también,
supusieron un factor de estabilización y gobernanza entre los irascibles
iberos, hoy por hoy, no se adecuan al pulso y la distancia necesarios, para ser
fieles transmisores de la voluntad popular, en el noble cometido que les asigna
nuestro querido texto constitucional, en su artículo 6 del título Preliminar:
Los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la
formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental
para la participación política. Su
estructura interna y su funcionamiento deberán de ser democráticos. Su creación y el ejercicio de su actividad
son libres
Pero los partidos hoy pecan de hegemonismo y en vez de
adaptarse a las necesidades y demandas
sociales, están más preocupados en mantener e incrementar sus cuotas de poder
con respecto a sus contrarios, por lo que se han convertido en herramientas de
poder, generalmente centralizado de facto, en unas pocas manos, en los que el
tan cacareado debate democrático, brilla por su endeblez y poca consistencia. Todo
este panorama vendría a redundar en que la oferta de renovación política y
social que los partidos pueden ofrecer a la sociedad, esté cada vez más
esclerotizada y alejada de los verdaderos intereses y necesidades de su
electorado; lo cual no deja de ser una realidad, más que preocupante. Más que
estructuras de cambio y renovación social, los partidos parecen haberse
convertido, a los ojos de buena parte de la opinión pública, en estructuras creadas para conseguir el poder y
no soltarlo, pase lo que pase, a excepción claro está, de un resultado
electoral adverso.
De nuevo la mirada retrospectiva,- ¿Cánovas o Sagasta?-;
este diagnóstico mira en todas direcciones del arco parlamentario y en pocas o
muy pocas, parece encontrar la acogida y el rearme moral, que un sistema a
determinar en su amplitud, de listas abiertas, podría introducir, para que los
partidos dejen de bunkerizarse y vuelvan por los fueros de las expectativas y
demandas, del pueblo al que pertenecen y al que prometieron servir.
Sólo entonces, ese espontáneo movimiento que siguiendo la
tendencia de tomar su nombre de la fecha – el 15-M-, en que se produjo su
primera concentración, puede que se decida a levantar tan pacíficamente como
las instalaron, sus tiendas que jalonan
la Puerta del Sol, y vuelvan por la senda de la integración en las instituciones.
Rafael Cordero Avilésderechos reservados
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