EL ÚLTIMO BRIGADISTA INTERNACIONAL
Su nombre es Erick Ellman, tiene 94 años y a pesar de las resonancias germánicas de su nombre, es de Estonia. Pequeño menudo y para su edad, ágil. Como si el tiempo se hubiera congelado para él. Su rostro afilado de ojos azules, muestran la expresión de alguien que ha pasado muchas veces ya, por el filtro de incontables peligros mortales. Aún así, conserva su sonrisa abierta y un punto ingenua.
Combatió en España, ya al final de la guerra, debido a su juventud, en la Batalla del Ebro. Con los temerarios combatientes polacos del Batallón “Mickiewicz”, de la 35ª División Internacional que mandaba ya entonces un español: el mayor Pedro Mateo Merino, y que según cuentan las crónicas, llegaron hasta las mismas puertas de Gandesa- algunos dicen que incluso más allá-, sufriendo terribles pérdidas frente a las fuerzas regulares y legionarias concentradas a toda prisa para taponar la brecha que había abierto la cuña republicana, en la otra orilla del Ebro…Después a finales de octubre del 38, la apoteósica despedida de las Brigadas Internacionales en Barcelona. Un gesto de paz del gobierno Negrín que quedaría sin respuesta, una vez más. Luego, todo se precipitó, cuando ya todo estaba perdido en España…
Pasó varios meses en un campo de concentración en Francia con apenas veinte años.
El 1 de septiembre de 1939 estalló la Segunda Guerra Mundial. En junio del 41 se produjo la tan anunciada y temida invasión de la Unión Soviética que ocasionó en pocas semanas, la pérdida de cientos de miles de vidas y el apresamiento de alrededor de tres millones de soldados soviéticos de los que al final de la guerra, solo un diez por ciento regresaría con vida a su patria..
Erick Ellman volvió a empuñar las armas en este gran combate entre carneros ideológicos: el fascismo y el nazismo contra el comunismo estalinista, en una épica conflagración en la que perecerían veinte millones de ciudadanos soviéticos en defensa de la independencia de su patria, tan severamente amenazada por las panzerdivisionen de Hitler. A este colosal encuentro que se fraguó con impresionantes cercos como el de Leningrado; la Batalla por Moscú, las sangrientas batallas del Sur de Ucrania, el sitio de Stalingrado, el gran combate entre miles de tanques en Kurrsk y así hasta el último jalón de este imborrable y trágico capítulo de la historia mundial, en Berlín. La capital en ruinas del que según los dirigentes nazis habría de haber sido, el “Reich de los mil años”. Erick Elllman junto a sus camaradas y un puñado de apenas quinientos españoles, combatientes del Ejército Rojo, tuvieron la satisfacción de disfrutar los laureles de la victoria que les fueron negados en la otra guerra, la de España, la que significó el comienzo de todo aquello, la que alentaron Hitler y Mussolini, con la aquiescencia cómplice de Gran Bretaña y en menor medida de Francia. Todos habían pagado su precio. Pero para entonces, después de cinco años de muerte y horror añadidos, ya nadie se acordaba de aquella guerra. En España, un muro de silencio se alzaría durante treinta y ocho años hasta un nuevo amanecer de libertad y setenta y cinco, para poder levantar un sencillo monolito, en el corazón de la Ciudad Universitaria, un frente crítico en la Defensa de la capital de España, en aquellos fríos días de Noviembre del 36.
El monolito ha sufrido ya, precisamente en estos días, los embates de una agresión. Curiosa y caprichosa manera de aplicar el olvido selectivo, para unas cosas y para otras no. Parece que setenta y cinco años después, los combatientes que de uno y otro lado, que se enfrentaron y cayeron, entre los edificios de la recién inaugurada Universidad, no pueden ser homenajeados con respeto y recordados con la misma simetría que las gestas de su valor forjaron entre estos muros., hoy afortunadamente, parapetos de la cultura y la reconciliación entre los españoles.
Rafael Cordero Avilés
Derechos reservados.
Rafael Cordero Avilés
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