jueves, 26 de abril de 2012


LA SOMBRA DE LA GUERRA CIVIL ES ALARGADA



Este año 2011,  se cumple el 75 aniversario del estallido  de la Guerra Civil, en 1936, así cómo también, el 80 aniversario de la proclamación y el advenimiento de la IIª República Española. Dos hechos cuya proyección han marcado con hondura, el devenir histórico de más de  la segunda mitad del siglo XX hispano, en un gigantesco y destructivo “tsunami”, cuyas consecuencias y últimos coletazos, aún se dejan sentir, sobre nuestro presente.

Y me refería hace un momento al comienzo de las hostilidades, cómo estallido, porque fue un verdadero “estallido” de odios y pasiones largamente comprimidas, desencadenadas, en la olla express que se había convertido, la sociedad española de los años 30, dónde dos grandes bloques de posturas irreconciliables, sin entrar en la cantidad de partidarios que reunían, cada una de ellos, se aprestaban entre miradas de recelo, para asesinarse mutuamente. En medio, una sociedad de 25 millones de flamantes ciudadanos, recién estrenada su nueva condición, tras siglos de ser súbditos. La mayoría en alpargatas. Un 60 por ciento analfabetos y  con grandes problemas estructurales de desequilibrio social y reparto de la riqueza. Había algunas provincias españolas que pertenecían a unos pocos terratenientes. Consciente de aquella situación, la República se lanzó a abordar valientemente, algunos de aquellos endémicos problemas, como el de la Educación o la polémica Reforma Agraria. En cinco años, entre 1931 y 1936, se crearon más de 20.000  nuevas escuelas públicas, en toda la nación, más de las que se construirían en los cuarenta años siguientes. Una obra ingente de la que se  apropiarían, como de todo lo demás, los implacables vencedores de la Cruzada, desprendiéndola de indeseables adherencias regeneradoras y liberaloides, así como de cualquier atisbo  pedagógico moderno, llevando a cabo, una gigantesca y sangrienta depuración entre los sufridos educadores y las recién salidas promociones de maestros, llamados “normalistas”, por proceder de la Escuela Normal de Magisterio.



Luego, lo que los conspiradores habían previsto inicialmente como un Golpe de Estado,

que, según los cálculos del “Director” de la conspiración Mola,  pondría en sus manos  todos los resortes del poder,  sin grandes resistencias, se encontró con todo lo contrario, al no respaldarle el  éxito en las principales capitales y en otras zonas de España, por la dura y decidida oposición  de las organizaciones obreras y  de las fuerzas de seguridad y armadas, aún leales a la legalidad republicana; lo que se convirtió, inadvertidamente al principio, en una Guerra Civil, en toda regla, a los pocos días de iniciada la sublevación.



La Prensa de la época, lo refleja en aquellos primeros momentos, en los que el asalto al cuartel de la Montaña, es contemplado casi, cómo un descomunal suceso, pero  aún, sin las implicaciones genéricas que estaban teniendo, en otros puntos de nuestra geografía, en los que se estaban produciendo hechos similares, o se iban a producir en breve: Simancas, en Oviedo, o Loyola, en San Sebastián; o San Andrés, en Barcelona. Y así, bastantes más., con el asalto, quiebra y parcial destrucción del Estado republicano, envuelto por dos gigantescas cuñas. La insurgencia golpista y reaccionaria, enarbolando aún, la bandera tricolor y apelando a los lemas de la Revolución Francesa, para aplastar implacablemente a sus oponentes, por un lado; la Revolución, de otro. Desencadenada en el instante mismo en que la subversión de una parte de las Fuerzas Armadas, obligó a los dirigentes republicanos a armar a sus  casi únicos valedores, las fuerzas obreras, desbordados por la rapidez y la fiereza de los acontecimientos. El infierno estaba servido.



 La Guerra Civil Española fue, ante todo, un gran fracaso de la convivencia nacional, periclitado por un enfrentamiento secular, que venía de lejos. Como recuerda el escritor y periodista libertario, Eduardo de Guzmán, en uno de sus artículos sobre el papel de los periodistas republicanos en la defensa de Madrid, en el siglo XIX, carlistas y liberales, se enfrentaron por tres veces, en sendas y sangrientas guerras civiles, en las que además de disputarse la titularidad de la Corona, se ponía en cuestión, toda una concepción radicalmente opuesta del mundo, de la religión, de las relaciones socio- económicas y si se quiere, del Arte mismo. Aquellas guerras civiles, saldadas con sendas derrotas para las fuerzas insurgentes, enjugadas con abrazos de reconciliación de los vencedores liberales, fueron los intentos de la reacción, por llevar una y otra vez, a su terreno, el ascua de la revancha.

Lo recuerda también, en sus memorias: “Sobre la guerra civil y en la emigración”, el dirigente socialista, Luis Araquistain, escritor, periodista y diplomático, embajador en París, desde septiembre del 36 y luego, lúcido exiliado en Londres, en la cuna del liberalismo político que tanto apreciaba. A pesar de los abrazos de Vergara, y el deseo de saldar aquellas guerras fratricidas, sin represalias, persistió el enfrentamiento larvado, hasta la siguiente ocasión, en un largo desangrarse de la sociedad española, empeñada también en Marruecos, en gravosos conflictos coloniales, y despojada por fin, en 1898, de las dos últimas  y más preciadas joyas de su patrimonio imperial: Cuba y Filipinas.

Con la pérdida de estas dos posesiones, situadas en dos extremos diferentes del mundo,

Se perdían los “limes” del antiguo imperio, forjado en tiempos de Felipe II.

España, dejaría de ser, además, con la destrucción  de su ya obsoleta flota de ultramar, una potencia naval, para sumirse en una profunda crisis de identidad, que apenas, los escritores del 98: Unamuno, Maeztu, y otros regeneracionistas, vendrían a aliviar. Pero sobre todo, el maestro de la filosofía y el pensamiento español del siglo XX, José Ortega y Gasset, inspirador de unos y de otros, que vendría a recomponer en su pensamiento político, el gran puzzle ideológico y tribal en que se había convertido la España del 1900. Sin duda,  el nacimiento y auge del movimiento obrero, es otra de las constantes de estos tiempos, en los que se producen, el nacimiento del Partido Socialista Obrero Español, por Pablo Iglesias, en 1879 y de su brazo sindical, la Unión General de Trabajadores (1882). El movimiento obrero también se vería afectado por la disensión ideológica, entre socialistas y anarquistas, cuyos elementos más radicales, serían la pesadilla del estado de la Restauración, acuñado por Cánovas del Castillo en 1874.

Fruto de esta influencia creciente del bakunismo en España, sería el nacimiento de la Confederación Nacional del Trabajo, CNT,  en 1910, que abanderaría una parte muy importante de las reivindicaciones obreras, en los años siguientes, en los que la represión, se cebaría sobre el movimiento anarquista, sobre todo en Barcelona, donde alcanzaría la supremacía, entre las demás fuerzas sindicales y donde habría de dar pruebas mayores de su temple, en su duelo a tiro limpio con los pistoleros del sindicato libre y las fuerzas del gobernador Martínez Anido.

Los militares, con excepciones, no se adaptaron bien, en general, a todos estos cambios y a la pérdida del marchamo colonial, de España, como antigua metrópoli. Africanistas y “junteros”, mantendrían abierto un conflicto en el seno de las Fuerzas Armadas, con los procedimientos de ascenso y recompensas, cómo telón de fondo del conflicto africano. Para colmo, el guerracivilismo y los espadones, con su tradición intervencionista, en la vida política del Estado, constituían feos precedentes, nada edificantes, sobre el papel que un ejército moderno debía desempeñar, en una sociedad democrática. Esa modernización tan imprescindible de un ejército en el que había en proporción, casi más generales que soldados,  la abordó con decisión y acierto Manuel Azaña, aunque con su reforma dejaron el ejército algunos oficiales fieles a la nueva república.



Por el contrario, la Prensa adquirió al principio de los años 30, una entidad y proyección social envidiable, con tiradas diarias, de más de cien mil ejemplares, para varios periódicos, y entre todos ellos “El Sol”, “La Libertad”, “ABC” y “La vanguardia”, por citar sólo algunos. Semanarios como “Estampa” y “Crónica”, y en menor medida “Mundo Gráfico”, sentaron aquí las bases, del periodismo moderno que se hacía ya en el resto de Europa. En 1936, se publicaban sólo en Madrid, 18 periódicos que tras el comienzo de las hostilidades y el comienzo de la escasez de papel, pronto quedarían reducidos a 14. Un número aún muy elevado que se mantendría además hasta el final de la guerra, en una ciudad, sometida a sitio, carente de lo más básico, incluido el papel, y casi rodeada.

Las consecuencias de lo que sucedió después se prolongaron durante 35 años con la dictadura de Franco. Y en el plano político, se proyectaron aún más sobre la vida de los españoles que a pesar de ello, pudieron recuperar sus libertades democráticas que les fueron arrebatadas tras la victoria de los insurgentes en 1939.

De todos los angustiosos recovecos y angustiosas circunstancias que provocó la Guerra Civil sobre los españoles derrotados, hay una que todavía palpita con particular y consternadora virulencia en los foros de actualidad. Se trata de la llamada “memoria histórica”. Una deuda de rehabilitación y honor que la sociedad española tiene con todas las víctimas mortales de la guerra, pero sobre todo, con los vencidos. Porque aquéllos,

al contrario de los que cayeron víctimas de los pelotones republicanos, encontraron justa reparación y recuerdo, hace ya décadas, incluso y sin ellos quererlo, recordando las palabras de José Antonio antes de su fusilamiento, más que cumplida venganza.

Mientras estas víctimas  con nombres y apellidos, que reposan en cientos de fosas anónimas, no reciban el tributo de homenaje y de honor restituido del conjunto de la sociedad española, no podrán descansar en paz, ni los vivos, ni los muertos.

Esa paz, adobada de piedad y de perdón, entre unos y otros contendientes, que el Presidente de la  República, D. Manuel Azaña, - herida esta  ya de muerte, pero combatiendo- pedía en un discurso inolvidable por su generosa hondura de español de bien,  ya en  aquel lejano y tórrido verano de 1938, cuando la sangre española corría a chorros, no menos generosa e inútilmente, por las laderas de las sierras del Ebro.

La traición de las potencias europeas, habría de condenarnos a las sombras de lo que el poeta Blas de Otero, llamó la “larga noche de piedra”. Es hora ya de que amanezca ¿no les parece?


Rafael Cordero Avilés
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