LA SOMBRA DE LA GUERRA CIVIL ES ALARGADA
Este año 2011, se
cumple el 75 aniversario del estallido
de la Guerra Civil, en 1936, así cómo también, el 80 aniversario de la
proclamación y el advenimiento de la IIª República Española. Dos hechos cuya
proyección han marcado con hondura, el devenir histórico de más de la segunda mitad del siglo XX hispano, en un
gigantesco y destructivo “tsunami”,
cuyas consecuencias y últimos coletazos, aún se dejan sentir, sobre nuestro
presente.
Y me refería hace un momento al comienzo de las
hostilidades, cómo estallido, porque fue un verdadero “estallido” de odios y
pasiones largamente comprimidas, desencadenadas, en la olla express que se había convertido, la sociedad española de los
años 30, dónde dos grandes bloques de posturas irreconciliables, sin entrar en
la cantidad de partidarios que reunían, cada una de ellos, se aprestaban entre
miradas de recelo, para asesinarse mutuamente. En medio, una sociedad de 25
millones de flamantes ciudadanos, recién estrenada su nueva condición, tras
siglos de ser súbditos. La mayoría en alpargatas. Un 60 por ciento analfabetos
y con grandes problemas estructurales de
desequilibrio social y reparto de la riqueza. Había algunas provincias
españolas que pertenecían a unos pocos terratenientes. Consciente de aquella
situación, la República se lanzó a abordar valientemente, algunos de aquellos
endémicos problemas, como el de la Educación o la polémica Reforma Agraria. En
cinco años, entre 1931 y 1936, se crearon más de 20.000 nuevas escuelas públicas, en toda la nación,
más de las que se construirían en los cuarenta años siguientes. Una obra
ingente de la que se apropiarían, como
de todo lo demás, los implacables vencedores de la Cruzada, desprendiéndola de indeseables adherencias regeneradoras y
liberaloides, así como de cualquier atisbo
pedagógico moderno, llevando a cabo, una gigantesca y sangrienta
depuración entre los sufridos educadores y las recién salidas promociones de
maestros, llamados “normalistas”, por proceder de la Escuela Normal de
Magisterio.
Luego, lo que los conspiradores habían previsto
inicialmente como un Golpe de Estado,
que, según los cálculos del “Director” de la conspiración Mola,
pondría en sus manos todos los
resortes del poder, sin grandes
resistencias, se encontró con todo lo contrario, al no respaldarle el éxito en las principales capitales y en otras
zonas de España, por la dura y decidida oposición de las organizaciones obreras y de las fuerzas de seguridad y armadas, aún
leales a la legalidad republicana; lo que se convirtió, inadvertidamente al
principio, en una Guerra Civil, en toda regla, a los pocos días de iniciada la
sublevación.
La
Prensa de la época, lo refleja en aquellos primeros momentos, en los que el
asalto al cuartel de la Montaña, es contemplado casi, cómo un descomunal
suceso, pero aún, sin las implicaciones
genéricas que estaban teniendo, en otros puntos de nuestra geografía, en los
que se estaban produciendo hechos similares, o se iban a producir en breve:
Simancas, en Oviedo, o Loyola, en San Sebastián; o San Andrés, en Barcelona. Y
así, bastantes más., con el asalto, quiebra y parcial destrucción del Estado
republicano, envuelto por dos gigantescas cuñas. La insurgencia golpista y
reaccionaria, enarbolando aún, la bandera tricolor y apelando a los lemas de la
Revolución Francesa, para aplastar implacablemente a sus oponentes, por un
lado; la Revolución, de otro. Desencadenada en el instante mismo en que la
subversión de una parte de las Fuerzas Armadas, obligó a los dirigentes
republicanos a armar a sus casi únicos
valedores, las fuerzas obreras, desbordados por la rapidez y la fiereza de los
acontecimientos. El infierno estaba servido.
La Guerra Civil Española fue, ante todo, un
gran fracaso de la convivencia nacional, periclitado por un enfrentamiento
secular, que venía de lejos. Como recuerda el escritor y periodista libertario,
Eduardo de Guzmán, en uno de sus artículos sobre el papel de los periodistas
republicanos en la defensa de Madrid, en el siglo XIX, carlistas y liberales,
se enfrentaron por tres veces, en sendas y sangrientas guerras civiles, en las
que además de disputarse la titularidad de la Corona, se ponía en cuestión,
toda una concepción radicalmente opuesta del mundo, de la religión, de las
relaciones socio- económicas y si se quiere, del Arte mismo. Aquellas guerras
civiles, saldadas con sendas derrotas para las fuerzas insurgentes, enjugadas
con abrazos de reconciliación de los vencedores liberales, fueron los intentos
de la reacción, por llevar una y otra vez, a su terreno, el ascua de la
revancha.
Lo
recuerda también, en sus memorias: “Sobre
la guerra civil y en la emigración”, el dirigente socialista, Luis
Araquistain, escritor, periodista y diplomático, embajador en París, desde
septiembre del 36 y luego, lúcido exiliado en Londres, en la cuna del
liberalismo político que tanto apreciaba. A pesar de los abrazos de Vergara, y
el deseo de saldar aquellas guerras fratricidas, sin represalias, persistió el
enfrentamiento larvado, hasta la siguiente ocasión, en un largo desangrarse de
la sociedad española, empeñada también en Marruecos, en gravosos conflictos
coloniales, y despojada por fin, en 1898, de las dos últimas y más preciadas joyas de su patrimonio
imperial: Cuba y Filipinas.
Con
la pérdida de estas dos posesiones, situadas en dos extremos diferentes del
mundo,
Se
perdían los “limes” del antiguo
imperio, forjado en tiempos de Felipe II.
España,
dejaría de ser, además, con la destrucción
de su ya obsoleta flota de ultramar, una potencia naval, para sumirse en una profunda crisis de identidad, que
apenas, los escritores del 98: Unamuno, Maeztu, y otros regeneracionistas,
vendrían a aliviar. Pero sobre todo, el maestro de la filosofía y el
pensamiento español del siglo XX, José
Ortega y Gasset, inspirador de unos
y de otros, que vendría a recomponer en su pensamiento político, el gran puzzle ideológico y tribal en que se
había convertido la España del 1900. Sin duda,
el nacimiento y auge del movimiento obrero, es otra de las constantes de
estos tiempos, en los que se producen, el nacimiento del Partido Socialista
Obrero Español, por Pablo Iglesias,
en 1879 y de su brazo sindical, la Unión General de Trabajadores (1882). El movimiento
obrero también se vería afectado por la disensión ideológica, entre socialistas
y anarquistas, cuyos elementos más radicales, serían la pesadilla del estado de
la Restauración, acuñado por Cánovas del
Castillo en 1874.
Fruto
de esta influencia creciente del bakunismo
en España, sería el nacimiento de la Confederación Nacional del Trabajo,
CNT, en 1910, que abanderaría una parte
muy importante de las reivindicaciones obreras, en los años siguientes, en los
que la represión, se cebaría sobre el movimiento anarquista, sobre todo en
Barcelona, donde alcanzaría la supremacía, entre las demás fuerzas sindicales y
donde habría de dar pruebas mayores de su temple, en su duelo a tiro limpio con
los pistoleros del sindicato libre y las fuerzas del gobernador Martínez Anido.
Los
militares, con excepciones, no se adaptaron bien, en general, a todos estos
cambios y a la pérdida del marchamo colonial, de España, como antigua
metrópoli. Africanistas y “junteros”,
mantendrían abierto un conflicto en el seno de las Fuerzas Armadas, con los
procedimientos de ascenso y recompensas, cómo telón de fondo del conflicto
africano. Para colmo, el guerracivilismo y
los espadones, con su tradición
intervencionista, en la vida política del Estado, constituían feos precedentes,
nada edificantes, sobre el papel que un ejército moderno debía desempeñar, en
una sociedad democrática. Esa modernización tan imprescindible de un ejército
en el que había en proporción, casi más generales que soldados, la abordó con decisión y acierto Manuel
Azaña, aunque con su reforma dejaron el ejército algunos oficiales fieles a la
nueva república.
Por
el contrario, la Prensa adquirió al principio de los años 30, una entidad y
proyección social envidiable, con tiradas diarias, de más de cien mil ejemplares,
para varios periódicos, y entre todos ellos “El Sol”, “La Libertad”,
“ABC” y “La vanguardia”, por citar
sólo algunos. Semanarios como “Estampa”
y “Crónica”, y en menor medida “Mundo Gráfico”, sentaron aquí las bases,
del periodismo moderno que se hacía ya en el resto de Europa. En 1936, se
publicaban sólo en Madrid, 18 periódicos que tras el comienzo de las
hostilidades y el comienzo de la escasez de papel, pronto quedarían reducidos a
14. Un número aún muy elevado que se mantendría además hasta el final de la
guerra, en una ciudad, sometida a sitio, carente de lo más básico, incluido el
papel, y casi rodeada.
Las
consecuencias de lo que sucedió después se prolongaron durante 35 años con la
dictadura de Franco. Y en el plano
político, se proyectaron aún más sobre la vida de los españoles que a pesar de
ello, pudieron recuperar sus libertades democráticas que les fueron arrebatadas
tras la victoria de los insurgentes en 1939.
De
todos los angustiosos recovecos y angustiosas circunstancias que provocó la
Guerra Civil sobre los españoles derrotados, hay una que todavía palpita con
particular y consternadora virulencia en los foros de actualidad. Se trata de
la llamada “memoria histórica”. Una deuda de rehabilitación y honor que la
sociedad española tiene con todas las víctimas mortales de la guerra, pero
sobre todo, con los vencidos. Porque aquéllos,
al
contrario de los que cayeron víctimas de los pelotones republicanos,
encontraron justa reparación y recuerdo, hace ya décadas, incluso y sin ellos
quererlo, recordando las palabras de José
Antonio antes de su fusilamiento, más que cumplida venganza.
Mientras
estas víctimas con nombres y apellidos,
que reposan en cientos de fosas anónimas, no reciban el tributo de homenaje y
de honor restituido del conjunto de la sociedad española, no podrán descansar
en paz, ni los vivos, ni los muertos.
Esa
paz, adobada de piedad y de perdón, entre unos y otros contendientes, que el
Presidente de la República, D. Manuel
Azaña, - herida esta ya de muerte, pero
combatiendo- pedía en un discurso inolvidable por su generosa hondura de
español de bien, ya en aquel lejano y tórrido verano de 1938, cuando
la sangre española corría a chorros, no menos generosa e inútilmente, por las
laderas de las sierras del Ebro.
La
traición de las potencias europeas, habría de condenarnos a las sombras de lo
que el poeta Blas de Otero, llamó la “larga
noche de piedra”. Es hora ya de que amanezca ¿no les parece?
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