miércoles, 25 de abril de 2012

Elogio de la mona Chita”.

Fue protagonista de mis fantasías infantiles en la oscuridad de los cines de los años sesenta, aunque sus divertidas muecas y locas cabriolas, habían divertido ya a dos generaciones de niños y grandes, antes que a la mía. Recuerdo el celuloide en blanco y negro de la estrecha pantalla dominical,- entonces sinónimo de Iglesia-, desvaída en sepia, y fustigada por rayas y  crecientes círculos amarillentos que a veces se apoderaban de la pantalla, provocando los silbidos y protestas de la mayoritaria audiencia de chavales, ávidos consumidores de pipas, kikos y regalíz que esparcían por la sala sus característicos aromas, mezclados con la colonia de los domingos que nuestras buenas madres, esparcían como una bendición- urbi et  orbe-, sobre nuestras benditas cabezas.
Y recuerdo a la mona Chita, aquel inteligentísimo simio que seducía a los públicos del mundo desde los años 30, y que cada vez que intervenía en pantalla y hacía una de sus monerías, provocaba la hilaridad general del chicoleo. Ahora acabo de enterarme de que “Chita”, la original, la genuina mona “Chita”, de las primigenias y míticas películas de Johnny Weissmüller “AAAAAHHHHHHHH” y Maureen O´Hara, ha fallecido  a los 80 años de edad, en una residencia para animales de Florida, donde llevaba ingresada desde hacía más de cincuenta años, como una venerable y siempre divertida anciana. Suena increíble ¿verdad?, pero así ha sido. Al menos así lo creo yo,  Muchos dirán llevados de su incrédulo realismo que  a estas alturas, dónde estará la mona de Tarzán y que ha debido de morirse, por lo menos, tres o cuatro veces ya. Podría decirse que lo novedoso no es que la sin par chimpancé haya pasado a mejor vida, sino en realidad, que todavía viviera. Y luego dicen que no hay milagros. En fin, metidos en las angustias cotidianas de la crisis económica, parece que la desaparición de una de las últimas, sino la última y venerable estrella del celuloide de los años treinta en Hollywood, ha pasado más bien desapercibida.¿A quién diablos le importa si la graciosa primate estaba viva o era ya materia de estudio para los cinéfilos? Si las mismas películas de Tarzán, las genuinas, las originales, se ven solo muy de cuando en cuando, y en canales de bajo presupuesto A pesar de ello, si decidimos adentrarnos en una de sus aventuras propuestas, tantas veces disfrutadas ya en la oscuridad de las salas de cine de los años cuarenta, cincuenta y sesenta, con olor a palomitas, kikos y regaliz, y algún otro menos estético, podremos comprobar con no poca sorpresa, la utopía libertaria que encierra la parábola moderna de este buen salvaje, cubierto, además de por un taparrabos,  tan sólo por su valor e ingenuidad indomable y por un inconsciente pre-ecologismo que hace que todas las fieras y los animales de la selva, respondan cómo uno solo, a la llamada de Tarzán. Para defender, precisamente, a la madre selva de las agresiones colonialistas de los villanos de turno. Y ahí es donde “Chita”, jugaba deliciosa e irracionalmente, sus bazas. Un irracionalismo muy sui generis que contaba con su propio léxico, explotado hasta la saciedad por los chavales en nuestros juegos infantiles y prolongados hasta la más crecida zanganaría: “Angawa Chita, angawa”. Y la “Chita” de turno, daba saltos  y enseñaba los dientes replegando los labios para congraciarse con las chicas del barrio.
Hoy en día, en pleno calentamiento del planeta y con la capa de ozono llena de zurcidos, aquella vieja utopía sepia, y de un ingenuo seudo anarquismo, se nos antoja ya lejana,  y  como un poco tontorrona, entre tanto desahucio y latrocinio impune. Cómo aquellas viejas y últimas banderas que alimentaron las ilusiones  de redención de un proletariado sacudido por los  excesos  totalitarios que condujeron al  segundo estallido mundial y a su mitificada e inacabable antesala, la Guerra Civil Española: ¿Alguien se imagina que nuestra inefable “Chita”, ya prestaba sus impagables ratos de distracción y fugaz alegría a los madrileños que sorteando las bombas, acudían a los cines de la Gran Via – la Avenida del Quince y Medio, por el calibre de los proyectiles-, para contemplar absortos por un momento en las profundidades de las ignotas selvas de África y olvidarse de que el enemigo se encontraba  llamando a las puertas con su puño de plomo, a pocos centenares de metros de allí: en la plaza de la Moncloa, o en la Facultad de Filosofía de  la  Ciudad Universitaria, defendidas con parapetos de libros. Toda una metáfora contra el mito casi tan longevo de la Cruzada. Y allí estaba nuestra incansable  simia, sonriendo a  los supervivientes en los sombríos  cuarenta. Entre retortijones de hambre, apenas calmados por la ingesta brutal de algún fruto seco o los furtivos magreos en la fila de los mancos, siempre con el temor a ser descubiertos por la linterna  cruel e impúdica de un acomodador, representante vicario del poder dictatorial e incontestable. Allí estaba nuestra querida e insospechadamente viva, mona “Chita”. Más allá de décadas de vida. Fuera ya de su tiempo, consagrada por la inmortalidad del celuloide, ha fallecido como un anciano más,  cansado veterano de aquellas últimas campañas en defensa de la Libertad, con mayúsculas. En  los nevados bosques de las Ardenas,  frente al valle del Oder, o en las deslumbrantes y profundamente azules aguas del  Pacífico, teñidas de rojo. En Filipinas, Aún resuena en mis oídos la voz mate y siempre calmada de Errol Flynn, en  Objetivo Birmania”, en la interminable noche de los tiempos que se aleja cada vez más hacia atrás, cómo los primigenios días de mi infancia luminosa, llenos de “Toddy”, bossa nova  y  ondulantes e infinitos campos de trigo. Cuando estábamos todos, o casi…y “Chita”, nos prendía una carcajada explosiva y visceral con sus delirantes cabriolas de superviviente nata. Ahora, por fin, la más inesperada en su longevidad entre todos aquellos mitos arrinconados, ha ido a reunirse con ellos, al Olimpo de las estrellas. Al Este del Edén, Al Broadway de la Vía Láctea que tiene su puerta de entrada en la Barcelona de Eduardo Mendoza, por una bien disimulada trampilla del viejo y desaparecido cine Roxy, de la inolvidable canción de Serrat. Todo un ejemplo de Vida y Esperanza el de   esta simpática   chimpancé,  de grandes orejas y mayor sonrisa. Ahora descansa al fin, pero vive para siempre, para todos nosotros, en sus aventuras: con Tarzán y su estremecedora y crepuscular llamada, desde el delirio de sus últimos años. Con Jane, con  el hijo de ambos, encontrado en el corazón de las tinieblas de la jungla y con el genio indomable de su creador Edgard Rice Burroughs, quien quizás queriendo emular a uno de sus personajes, fue corresponsal de guerra en el Pacífico con 66 años, y  al que “Chita”,  sobreviviría aún, durante otros sesenta y uno…
Adiós querida y vieja amiga. O mejor dicho, ¡Hasta siempre!

. Rafael Cordero Avilés.
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